Profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, Neus Sanmartí: “Sin emoción no hay aprendizaje”
La
destacada especialista en Didáctica de las Ciencias Dra. Neus Sanmartí
se encuentra de visita en la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso, en el marco del Plan de Mejoramiento Institucional (PMI).
Neus Sanmartí es profesora emérita de
la Universidad Autónoma de Barcelona y ha centrado su investigación en
las temáticas de evaluación formativa, el lenguaje en relación al
aprendizaje científico y la educación ambiental, así como en la
formación permanente del profesorado de ciencias.
Dentro de su agenda en la Universidad,
el martes 12 de mayo se reunió con estudiantes y profesores de la
Escuela de Pedagogía, a través del taller “Enfoque CTS (Ciencia-
Tecnología- Sociedad) una educación integral en contexto escolar” y una
reunión con docentes que imparten ciencias en la carrera de Educación
Básica.
De paso por el campus Sausalito, la
académica compartió su mirada acerca de la enseñanza de las ciencias hoy
en día y la importancia de la emoción en el aprendizaje.
-En el taller hacía referencia a la
importancia de mejorar la enseñanza de las ciencias, de acuerdo a su
experiencia ¿por dónde pasan las claves?
“No hay que olvidarse que enseñar
ciencias es combinar la parte experimental con la parte de conocimientos
abstractos, lo que llamamos indagación con modelización, o sea
construir modelos teóricos, pero con un tercer aspecto importante que
es la contextualización, es decir para qué enseñamos esto, y ha de ser
para interpretar hechos del contexto de los estudiantes, que les
interese y que les permita actuar, tomar decisiones. Enseñar ciencias en
un abstracto no tiene sentido, debe ser en un contexto y basado en la
experimentación”.
-Uno de los temas centrales de
su trabajo ha sido la evaluación, ¿de qué forma se dio cuenta que uno de
los factores primordiales en el proceso de aprendizaje era ver y saber
cómo evaluar?
“La evaluación no era un tema que me
interesara. En España hubo un cambio curricular importante con la Ley
Logse y la gente pensó que haciendo metodologías más activas los
estudiantes aprenderían más, pero los resultados eran negativos,
entonces los profesores se preguntaron: si los alumnos aprenden distinto, debemos
evaluar distinto. Nos pidieron ver ese tema y con otro compañero de
Matemática nos pusimos a aprender e investigar sobre evaluación y vimos
que había que cambiar mucho sobre la idea de evaluar, porque solo
pensamos en evaluar al final y si no cambiamos la evaluación mientras
están aprendiendo, los alumnos no aprenden. Hemos observado que hay
cambios metodológicos pero la evaluación final es la misma, si no cambia
esta evaluación no cambia nada. Los estudiantes y profesores aprenden y
enseñan en función de la evaluación final. El motor del cambio de toda
metodología es cambiar la evaluación”.
-Aquí aparece un concepto
importante que es la autonomía, ¿cómo se trabaja en sistemas educativos
donde la autonomía no siempre está tan desarrollada?
“Precisamente se habla que los alumnos
sean autónomos, pero la base es que sean autónomos evaluándose. Los
estudiantes deben ser capaces de evaluarse, decidir si lo están haciendo
bien o mal, no que sea un adulto que lo diga. Esto
implica cambiar la concepción de los profesores, que piensan que solo
ellos pueden decir si un alumno lo hace bien o mal, cuando lo puede
decir un compañero o el mismo estudiante. Los estudiantes que aprenden
no son los que saben más, sino los que se autoevalúan mejor y esta es la
clave de la autonomía. Esta capacidad de reconocer si lo hago bien o
no, es condición para aprender”.
-¿Cómo se puede favorecer esa autonomía?
“Eso se aprende, pero como los
profesores decimos si lo han hecho bien o mal, los alumnos son muy poco
autónomos, pues esperan que le digamos qué hacer para hacerlo mejor, por
lo que dependen de un adulto que les digan qué y cómo hacerlo. Hemos
trabajado mucho en esto y un aspecto clave es la co-evaluación, es decir
la evaluación entre iguales, pero esto quiere decir que los profesores
debemos ser muy transparentes, porque en general los criterios de
evaluación es un secreto muy bien guardado por los profesores, lo tienen
en mente pero no lo explicitan. Esto se trata de compartir y conseguir
que los estudiantes se apropien de los criterios de evaluación, que
entiendan qué se les evalúa y por qué. Es cambiar
el centro que es el profesor quien decide todo -las preguntas, si la
respuesta es buena o mala, y qué hacer para mejorar- a que sean los
mismos alumnos. Un alumno que evalúa a otro, y viceversa, entiende mejor
que cuando el profesor lo dice, su lenguaje es más cercano”.
-¿Qué rol tiene la familia en este cambio y lo que ellos esperan del profesor?
“La familia también ha de cambiar los
esquemas, porque cuando ellos hacen de profesores -al hacer los deberes
con los hijos- hacen lo mismo que los maestros, le dicen qué hacer.
Cambiar ese rol es muy difícil, porque los niños no solo aprenden en la
escuela, aprenden también en casa. Nuestra profesión es de las más
difíciles porque todo el mundo ha sido alumno en su vida, y se
reproducen los vicios, las rutinas y es imposible pensar en otras
rutinas que las aprendidas, por tanto los padres han de cambiar: no
hacerles los deberes, no decir si lo hace bien o mal, sino: piensa si lo
haces bien o mal, es un cambio de pregunta”.
-Usted también hace alusión a
la importancia del lenguaje en torno al aprendizaje, ¿qué ha podido
detectar sobre este tema en sus años de investigación?
“El lenguaje oral y escrito es la
competencia básica. Tengo un libro que se llama “Aprender ciencias,
aprendiendo a escribir ciencias”, pues es imposible aprender ciencia si
no se sabe escribir y organizar las ideas, pero esto vale para todas las
disciplinas. Esto es un cambio conceptual importante. En ciencia
siempre se dice: este alumno sabe pero lo escribe mal. No, si no lo
escribe bien, no sabe. Saber es saber escribir. Hay que cambiar la
concepción del lenguaje, que para muchos es ortografía, pero es escribir
ideas, argumentar, justificar, es otra cosa. Es saberlo explicar con
palabras para que los demás puedan entender”.
-Esto implica un trabajo compartido con los profesores de otras especialidades…
“Cuando los estudiantes en el taller me
preguntaban por el tiempo, el tiempo viene dado porque los profesores
no cooperamos. Si cuando un alumno escribe uno texto de ciencia, el
profesor de lenguaje lo utiliza para revisar la escritura, todos
aprenderían mejor. Pero si cada uno va por su lado, el tiempo se
triplica, porque le damos a los alumnos reglas diferentes, y los buenos
estudiantes dicen: este profesor tiene esta o esta manía, pero los
alumnos con dificultades están perdidos, porque este me dice que hay que
hacerlo así y este otro que hay que hacerlo de otra forma. Por eso el
tiempo está siendo un factor importante, porque no nos coordinamos”.
-Usted aborda la importancia de
la emoción en el aprendizaje, ¿cómo se mantiene esa emoción a lo largo
de la vida de un profesor y un estudiante?
“Ese es un reto que tenemos los
profesores. No siempre conseguimos emocionar, pero el profesor debe
tener ese reto personal: cómo conseguir que los estudiantes se
emocionen. Le puede pasar como a una estudiante que tuve que luego de 14
años me dijo: tú lo has intentado, pero las ciencias no son para mí. Me
quedo con “tú lo has intentado” porque hay profesores que ni lo
intentan ni les preocupa…Sin emoción no hay aprendizaje, habrá
mecanización, se podrá responder un ejercicio y olvidarlo al día
siguiente, pero la emoción es una condición imprescindible para que haya
un buen aprendizaje. La emoción la has de sentir tú, los niños palpan
si tú te emocionas con el conocimiento”.
-Finalmente, ¿qué enseñanza compartiría en torno al aprendizaje de la ciencia?
“Para aprender ciencias hay que
contextualizar, preguntarse para qué puede ser útil el aprendizaje y si
no tiene la respuesta no es necesario que lo enseñe. Lo segundo es que
sin experimentación no hay ciencia, se necesita hacer, comprobar,
encontrar pruebas. Lo tercero es construir ideas potentes, pocas pero no
memorísticas, construir ideas que expliquen muchas cosas, yo digo ¿por
qué es interesante las leyes de Newton?, porque me explican por qué cae
la famosa manzana y al mismo tiempo por qué no caen los satélites. Hay
que pensar bien qué conocimiento abstracto es necesario, porque es muy
potente para explicar muchas cosas. La cuarta es despertar emoción, cómo
haciendo todo esto lograr que los alumnos vibren y tengan ganas de
aprender y se hagan preguntas”.
Fuente Escuela de Pedagogía
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